Este fin de semana volví a acampar, después de muchos años, en el Parque Nacional Mburucuyá para participar de uno de los encuentros del Club de Naturaleza Carambolita que organiza mensualmente Fundación Rewilding Argentina con el objetivo de acercar herramientas vinculadas al desarrollo de actividades de turismo de naturaleza a jóvenes emprendedores.
Me uní a 15 muchachas y muchachos provenientes de los parajes Montaña, Capilla, Sivero Cue y Santa Bárbara, cercanos al portal San Nicolás (uno de los nueve portales de acceso del Parque Iberá). Nuevos amigos con los cuales recorreríamos el Parque, nos enteraríamos de su historia, conoceríamos a emprendedores turísticos de Mburucuyá y, por sobre todas las cosas, disfrutaríamos de riquísimos platos típicos, algunas charlas y muchísimo chamamé.
El proyecto Club de Naturaleza Carambolita es un proyecto que se viene desarrollando desde 2022. Comenzó en Concepción del Yaguareté Corá, vecino del Portal Carambola del Parque. Este año, suma a la experiencia a los parajes de la zona de San Miguel. En cada encuentro los chicos (de entre 18 y 29 años) visitan diferentes parques nacionales, portales del Iberá y lugares donde predomina la belleza de la flora y fauna correntinas, y comparten talleres, charlas y caminatas para vivir unos días en contacto con la naturaleza.
Retomando el relato de esta experiencia, nuestra aventura arrancó en el casco histórico del Parque Nacional Mburucuyá, un área protegida ubicada a unos 20 kilómetros de la localidad correntina de Mburucuyá y que forma parte del Gran Parque Iberá. De aproximadamente 17.000 hectáreas, el Parque me recuerda al paisaje chaqueño y es que tiene influencia de esa región al estar presentes los quebrachos colorados, además de especies paranaenses, como el lapacho, el timbó y la dominancia en los senderos de las hermosas palmeras yatay.
Recorrimos la casa-museo de la familia Pedersen, antiguos propietarios de lo que supo ser una estancia y residencia de invierno de este biólogo danés y su esposa. Enamorados del lugar en su primera visita, Troels Mendel Pedersen (él) no dudó en instalarse en las tierras correntinas allá por el año 1946 y comenzar a estudiar de cerca su flora indiscutidamente abundante y diversa. Más tarde, en 1991, donarían las tierras para constituir el primer parque nacional de la provincia: Mburucuyá.
Nuestra guía del museo, oriunda de Mburucuyá, nos guió por las habitaciones de la casa, donde pudimos ver vestigios de sus investigaciones, herbarios antiguos y recuerdos de lo que fue la escuelita para los hijos de los peones. Un sitio plagado de historia y el inicio de sueños de conservación.
Los momentos culinarios del campamento estuvieron guiados en su mayoría por Norita. Ella vive en el paraje Montaña y estudia matemáticas, pero su pasión es la cocina. En ese mediodía de sábado, nos deleitó con un guiso carrero en una olla de hierro a las brasas que estaba tan delicioso que todos repetimos el plato y que no sobró ni para los zorros. Si, estuvimos bajo la mirada atenta de un grupo de zorros grises que durante el día y la noche nos hacían estar pendientes de nuestras pertenencias, pues son hábiles ladrones de repasadores, zapatillas y hasta potes de productos de limpieza. Bandidos naturales que le hacen fama a su nombre.
Una de las actividades que se pueden realizar es recorrer un sendero de unos 3000 metros rodeado de palmeras yatay que desemboca en el mirador del estero Santa Lucía, donde se pueden avistar yacarés, carpinchos y jacanas que danzan sobre el espejo del agua.
A la vuelta del paseo corrimos un atardecer, de esos que queman la vista por el rojo cobrizo del cielo, que luego de unos días grises y fríos, calientan el paisaje de un parque que se prepara para dormir.
Cae la noche, el fuego para los choripanes se enciende y los hermanos Acuña, Gabriel y José, sacan su guitarra y acordeón porque nos deleitarán con su repertorio de chamamé el resto del encuentro. La lista de temas incluye desde un cover versión chamamecera de Adiós amor, el infaltable cántico a la Virgencita de Itatí Peregrino de la esperanza, melodías de chamamés perfectamente afinadas y un tema inédito, compuesto por José, llamado Llegando a San Miguel.
Estamos en tierras chamamecera: ¿cómo no vamos a bailar, tocar y cantar esta manifestación cultural que es nuestro Patrimonio Inmaterial de la Humanidad? Entonces se baila, se zapatea, una, dos, diez veces…suena el chamamé en el campamento, sigue al otro día en el Museo del Chamamé de Mburucuyá, en el almuerzo y en todo el paseo en carro por el pueblo. El turismo de naturaleza incluye esta experiencia cultural: el intercambio de baile, música y tradición familiar.
Cuando decimos experiencia cultural no podemos olvidarnos de la experiencia gastronómica, y quién mejor para compartir con nosotros su práctica y vivencias que Gisela Medina, pionera y miembro fundador de los ya mundialmente reconocidos Cocineros del Iberá. El domingo nos recibe en su casa y enseguida habilita la charla con los chicos: nos cuenta sus comienzos, sus reinvenciones y proyectos futuros. Si van a Mburucuyá, tienen que comer con Gisela: por el paladar también se visita un lugar.
También nos reciben los dueños de Mburucuyá Poty, un conjunto de cabañas que reciben turistas que vienen no solo a conocer la reserva sino también a la Fiesta del Auténtico Chamamé Tradicional de Mbucuruyá, que se realiza anualmente en febrero. Por la siesta visitamos Viajes y Paseos Mala Junta, el emprendimiento de una familia que ofrece cabalgatas y paseos en carro por el pueblo y sus cercanías. Todos con quienes charlamos nos hablan de la constancia y del trabajo en red y en equipo con otros como base de todo.
El viaje va llegando a su fin. Hemos pasado dos días intercambiando experiencias y compartiendo saberes. Las ideas populan en las charlas de cada grupo. A ellos todavía les quedan otros encuentros para seguir tejiendo lazos y amistades. A mi me queda observar desde afuera este Club y anhelar otra visita.
“Lo del club es vida” escuché por ahí y quizás el Club no es solamente la oportunidad de estar unos días inmersos en la naturaleza, ver diferentes variedades de pájaros y otros animales autóctonos, sino también de afianzar las iniciativas de proyectos turísticos en sus lugares y así contribuir a la conservación del Gran Iberá y su cultura.